Por todos es conocido mi matrimonio con el sr. Barry, al que debo mi enajenación mental permanente y, por tanto, el haber evitado la locura; aunque ese es un tema largo y coñazo que abordar en otro momento.
Antes de James me dediqué a tontear abiertamente con otros autores, leyendo todo lo que caía en mis manos sin pudor alguno - hábito que he ido perdiendo con los años; ahora sólo leo mucho a veces - aunque sin terminar de encontrar el amor.
Hasta que apareció Roald. Un galés cartoniano con un encanto más que especial. En una época en la que te obligaban a leer verdaderas tonterías para niños sólo por ser uno de ellos, se agradecía a sobremanera encontrar quien te hiciera creer hasta en los oompa loompas.
Si los malos eran realmente malos y feos y el prota no tenía un final feliz no te lo edulcoraba, te enseñaba a vivir con ello. Porque el mundo no es perfecto y no lo iba a ser sólo porque fueras un niño asustadizo.
Eso sí eran historias! Manía que tienen ahora con los finales felices.. poco creíbles, poco educativos.. poco emocionantes. Será por eso que nunca me he deshecho de aquellos libros - ni de ningún otro, Diógenes me posee en ese campo - y que no me ha costado nada dar con ellos.
Siempre a mano para una emergencia.